Buscando un error…
Encontré una porción de la verdad.
Enfrascado
en esta cruzada indianista, hecha personal,
que significa no minimizar los usos y costumbres de una sociedad en
constante cambio en especial en la visión que esta otorga a nuestros indígenas.
Comprometido
con ellos y con la causa Indianista desde mis tiernos adolecentes años ya no
puedo, como quisiera, militar activamente la causa de los pueblos del
continente que luchan activamente como lo hicieron siempre, yo los acompañe en
las calles y en los estrados desde los años sesenta, 1967 hasta 1995, después
la vida me llamó al sosiego de ni biblioteca.
Desde
ese lugar de privilegio y regocijo que significa atesorar mis pensamientos con
el sagrado consejo de los mayores, sigo prestando o aportando mi modesta
opinión cuando soy requerido por ellos.
la
vida me permitió conocerlos de primera mano por los caminos de esta América
Misteriosa, desde las Selvas Amazónicas hasta las costas Peruanas del Pacífico
y costas de Nicaragua en plena revolución sandinista, los Miskitos, estaban enojados … Y con razón.
Es
en esa lucha cotidiana me encuentro con la definición de “Originario” en Wikipedia:
Pueblos
originarios es la
denominación adoptada por los indígenas
americanos como una
manera de reivindicar su cultura y sus intereses.1 Entre
los pueblos
indígenas de América se ha
difundido esta expresión para referirse a ellos mismos como colectivo por
encima de sus diversas etnias. El adjetivo «originario», además, destaca su
prioridad en la ocupación de territorio americano frente a los despojos de
tierras que sufren muchas de sus comunidades. El uso del término se ha
difundido por su empleo en los Estudios
Culturales, las cátedras universitarias y la
prensa; en los cuales se lo considera una manera políticamente
correcta de
referise a las comunidades indígenas.2 Se
argumenta que otras denominaciones comunes3 para los
pueblos americanos autóctonos son etnocentristas e
impuestas por los colonizadores como manera de destruir su identidad. De este
modo el término indio, o
incluso amerindio,
refleja las erróneas ideas de los navegantes y exploradores
europeos, quienes creían haber encontrado en América
la costa oriental de la India.4
Definición que no me agradó, sirvió como disparador de mi nota
para el día de los pueblos Originarios que publico en Indymedia Argentina e
editorialfps.com.ar/Indoamericano y face.
Que titulé “Todos somos Originarios … Pero no todos somos indígenas” e
intento comunicarme con quién es el productor del artículo de la enciclopedia
virtual para ver de aclarar ese error de utilizar tan livianamente el término
“Originario”
Allí me encuentro que el autor de la entrada correspondiente a
“Originario” en esa red enciclopédica es un profesional que no tengo el gusto
de conocer personalmente, pero de quien tengo las mejores referencias, hecho
que me llamó poderosamente la atención alertándome sobre el punto en cuestión.
Así obtuve la nota original, base para la entrada de Wikipedia,
que el señor Fernández Chiti publica en la página del Instituto CONDORHUASI de
ceramiología de Bs As. Que me permitió reafirmar mi respeto por su
autor y mi reconocimiento por los conceptos vertidos en su nota original, que no
se ven reflejados en Wikipedia.
Dicha nota recorre el espectro de la cuestión indígena, desde
la historia lejana hasta la más reciente, como forma de sustentar sus
argumentos, nosotros nos fijaremos en aquellos elementos relativos al uso del término
que nos ocupa.
Debo reconocer que los administradores de la enciclopedia no
se han tomado el trabajo de cotejar lo expresado por el Sr. Fernández Chiti con
aquello que se publicó ya que este difiere “Peligrosamente” de lo
apuntado en el escrito original.
Primeramente debemos hacer constar que dicha nota del Sr Chiti
salió a la luz en el 2010 nota que transcribo en su totalidad.
Subrayo en color, párrafos que refuerzan el pensamiento INDIANISTA, y la falacia del ligero uso del término que
nos ocupa, uso que el Sr. Chiti
denuncia como de Peligroso abuso.
PUEBLOS ORIGINARIOS, INDIOS, INDÍGENAS O ABORÍGENES?
Por Jorge
Fernández Chiti
Muchas cuestiones
ideológicas, preconceptos e ignorancia semiológica se hallan implicados en
torno a estas denominaciones; así como intereses
geopolíticos astutamente disfrazados. Y hasta una moda “new age” pseudo antropológica
bastante superficialoide por cierto, con arraigo en los medios y hasta en las
conceptualmente famélicas universidades de hoy, hartas veces sometidas a
intereses populistas, imperiales y de otro tipo.
Todos sabemos que cuando
Colón “invadió” América… (porque no la “descubrió”), creyó haber llegado a la India, cuyas riquezas, oro y piedras
preciosas eran ya conocidas en toda Europa, lo cual alimentó su voracidad y la
de quienes financiaron su escuadra invasora y depredadora con las intenciones
más perversas e inhumanas. De allí nació
la denominación “indio” con que se designó desde entonces, en Europa, a los
habitantes de nuestra América, la “mal llamada”. “Indiani” dijeron los italianos; “indiens”
los franceses; “Indian” en inglés. A
nadie se le ocurrió criticar el título del “Handbook
of South American Indians”, publicado a partir de 1946 por la Smithsonian
Institution, porque la semiosis de esa década era otra: no había recibido aún
el impacto de la “deconstrucción cultural” absolutista originada desde la
década de 1970 y reinante hasta la actualidad. “Native
aboriginal peoples”; “Indigenous peoples”; son las denominaciones más
usuales en antropología actual en idioma inglés: “nativo”, “indio”, aborigen”,
“indígena”.
Es sabido que
cada vocablo se halla “cargado”, esto es, que aparte de su significado
propiamente dicho, posee también un “sentido”, que va más allá del significado
mismo, revelado por la etimología y el uso lingüístico. En efecto, al hablar de
“indio”, desde hace siglos, ya nadie piensa en lo más mínimo en la India, ni
siente que se alude a ella. Cuando
alguien insulta a otro diciéndole “hijo de…”, en lo más mínimo se pretende
insultar a la madre… sino al contrincante. Este ejemplo fuerte lo incluimos
para que quede en claro que el sentido es el que se impone siempre en la
comunicación lingüística, el que con el tiempo adquiere nuevas cargas y siempre
deja de lado tanto a la etimología como
el uso primerizo.
Es absurdo, pues, que se
pretenda deslegitimar la palabra “indígena” diciendo que proviene de la India y
que alude a ella. ¡Esto sí que es
ignorancia supina!!! La voz “indígena”
proviene del latín “inde”: de allí mismo; y del sufijo “génos”: nacido, generado. “Indígena
vinum” (Plinio) es “vino del
país o de la región”, y en nada alude a la India, según pretenden algunos
charlatanes televisivos. Es
absolutamente legítimo, pues, el uso de
la palabra “indígena” para aludir a los habitantes racial y lingüísticamente
nativos de nuestra América, antes, durante y después de la invasión de los
genocidas y crueles európidos.
Muy diferente es el caso de
la palabra “indio”, la que sin duda surgió como alusión a la entonces llamada
“India”, y desde 1492 “Indias orientales” o del Asia, la misma que holló (y
depredó) Alejandro Magno hacia el 330
a.C. y que desde entonces fue denominada y conocida como “Indía” por los
griegos (con acento en la última
“i”). “Indikós” o “índico” se
denominó en griego al nativo de la India, y también “indós” al río Indo y a sus
habitantes. El latín, como receptor de
la cultura y la nomenclatura helénica, absorbe las mismas denominaciones
griegas, y tan sólo cambia la acentuación de la palabra que, desde entonces
hasta hoy, pasó a ser grave y no aguda.
“Índi” se denominó en latín a los indios (de la India), pero también a
los persas y árabes. “Índicus” y luego “Índus” pasó a ser el nativo de la India. “Índa conkha”
se llamaba en Roma a las perlas, tan apetecidas en Europa.- Pero no se debe creer que la palabra
India se aplicó exclusivamente a la India, sino también a Egipto y hasta a Etiopía… De allí que fuera sencillo extender la misma
denominación tan difusa a las nuevas tierras americanas, cuya ubicación
exacta en el mapa aún no era del todo
segura ni conocida (pese a variadas
conjeturas ya entonces existentes).
Ya Cristóbal Colón, en su “Diario” o “Relaciones de Viajes”, escrito hacia el 1500, utiliza ampliamente la
palabra “indio” para referirse al hombre que halló en América (y, de paso, cuenta cómo engañaban al
indígena trocando sus adornos nasales de oro puro por “pedazuelos de escudillas rotas y de
vidrio…”). Mismo empleo de la voz
“indio” también hizo Bartolomé de las Casas, antes del 1550, en su “Brevísima relación de la destrucción de las
Indias”; y también Garcilaso de la
Vega, en sus “Comentarios reales” (hacia 1560).
Evidentemente, la voz
“indio”, en lengua castellana, ya desde el año 1500 o tal vez unos años antes,
designaba a los habitantes del llamado Nuevo Mundo con quienes se enfrentaron
los españoles y europeos de entonces, no en un “encuentro de culturas” (como
aún hoy pretende España), sino en un genocidio y deculturación de los
indígenas. Más de 500 años de uso de una
voz… desde el punto de vista semiótico y lingüístico, sería imposible de erradicar. En efecto, la voz “indio” ha sufrido el
proceso natural y espontáneo (“desde
abajo”) de “resignificación” al que se halla sometida toda el habla de una cultura, sin excepción. Pretender “desde
arriba”, en forma vertical y totalitaria, decretar la supresión de vocablos
y significados, además de estúpido, es ingenuo. Todo un libro se podría escribir en torno a
este espinoso tema. Pensemos que la palabra “Europa” deriva y alude a una vaca,
con la cual Zeus (o Júpiter según la mitología romana) mantuvo relaciones
amorosas… Sin embargo, a ningún estudioso europeo se le ocurriría la jocosa
pretensión de prohibir dicha voz y reemplazarla por otra…más casta…
Las palabras surgen, crecen, se implican, y
adquieren vida propia, independizándose de sus respectivas etimologías y
acepciones diacrónicas. No son ni
racionales ni racionalizables; y menos aún
podrían someterse al análisis pseudorracional de un zopenco o a sus
caprichos de “omnipotencia lingüística”.
Con semejante criterio, hasta la palabra “América” debería suprimirse,
pues no fue Américo Vespuccio quien la visitó por vez primera… (en sí,
el nombre “América” implica ya un craso error de apreciación
histórica). Más absurdo y jocoso sería
el pretender que nuestro Continente debería denominarse “Abya Yala”, según un
indigenismo fonético de pacotilla, puesto que ni los indígenas tenían en su
cosmovisión un concepto “macro” o
continental, ni una idea “moderna” de las verdaderas dimensiones de los
Continentes, ni tampoco existía entre ellos una política conglutinante ni una
ideología a nivel “mapamundi” que la apuntalara… Todo lo contrario: cada
cultura indígena era en extremo localista e introspectiva. Transpolar a Abya Yala nuestra idea de “América” constituye un
absurdo mal uso de dos voces procedentes de la lengua de los indios Cuna (de
Panamá y Colombia), que en nada aludió jamás al concepto de América como
Continente, sino que significa: “tierra-vida”; o “tierra-riqueza”; conceptos
que bien pueden hallarse en quichua, o en aymara, o en mapuche, o en la lengua
maya, azteca, etc. ¿Qué significaría
para los mapuches de la Patagonia el concepto abstracto de Abya Yala? Pues nada: sería una intrusión vacua de
sentido y, además, fuente interminable de controversias y disidencias (lacra de nosotros, los americanos
indigenistas). Los nativos de habla quichua preferirán su rica
terminología (“Pacha” equivale a nuestra voz “mundo”; y “Kay Pacha” a “Mundo de aquí”; “Kay runa”: “hombre de aquí, nativo, indígena,
indio). Los aymaras lo mismo; al igual que los guaraníes; o los mapuches: “Mapu”:
tierra; “fill mapu”: mundo, todo (tierra y su gente). ¿Para qué ir a buscar en Panamá lo que
tenemos acá? Justamente eso es “desarraigo”, identidad negativa impuesta por el
invasor…
No es posible
meter a empellones una voz porque se le ocurrió a algún dirigente indigenista
boliviano, sin reparar en el localismo del nombre y de la propuesta, lo que
contradice el sentir latinoamericanista
(que siempre ha sido regionalista y jamás conceptualmente abarcativo).
Es nuestra mentalidad occidental, la que, con sus lacras procedentes de la
ideología ecuménica europeizante y “catholiké”
(“para todo el orbe”) se nos mete
por la ventana cuando la queremos echar
por la puerta (señal de que la tenemos
todavía introyectada). Sería como
pretender crear un indigenismo “a la occidental… y cristiana…”, supuestamente
negador de dichos conceptos totalitarios y globalizantes.
Buscar términos que guarden
alguna similitud con la voz “América” es otro absurdo que pretende forzar el
lenguaje, aberrante postura propia de mentes poco sagaces e ilustradas. No falta quien pretende que el término
América en realidad derivó del
vocablo maya Quiché:
“Amerrique”, que significaría “país del viento”, para nada alusivo al
concepto generalizador y universalizante de América, con extensión
continental. Nuevamente se pretende
forzar el lenguaje para adecuarlo a nuestras pretensiones de carácter
ideológico. La bondad de lo segundo en
nada justifica el absurdo de la postura
primera, de carácter semiológico.- De
ser así, deberíamos comenzar con cambiar el nombre de “Argentina”, derivado del
latín “argentum”: “plata”,
calificativo infamante que Martín del Barco Centenera publicó en su obra “La Argentina y Conquista
del Río de la Plata”, hacia el 1602 (dio
a nuestro territorio el nombre de lo que esperaban llevarse de aquí…a manos
llenas y matando gente): horrible y perversa denominación reveladora de quiénes
eran “ellos”, los európidos “intrépidos”, “colonizadores”, “evangelizadores”,
“aventureros”, etc.- Dígase lo mismo de
“Venezuela”, diminutivo de Venecia… De
“Colombia”, homenaje a Colón. O de “Bolivia”: homenaje a Bolívar… Quien detenta el Poder siempre apetece
“de-nominar”, o “de-signar” al
dominado…, cuya “auto-designación”
siempre será peligrosa para los intereses del dominante.
El término “indio”, por otra
parte, ha adquirido matices semánticos dentro de su tan amplia
resignificación diacrónica a través de
cinco siglos. No se trata de una voz unívoca, ni mucho menos. “Indigenous peoples”,
“native peoples”: son voces
admitidas e indiscutidas en antropología en idioma inglés. Pero en castellano se han conformado capas o
estratos significantes a través de los siglos, los que no podemos desconocer
pues han cristalizado a través de siglos de uso en el habla. Por ejemplo:
nos parece natural e indiscutible hablar de “indios ranqueles”, de
“indios charrúas”, de “indios mapuches”, de “indios tobas”, de “indios wichís”,
de “indios chiriguanos”, de “indios chanés”, de “indios guaraníes”, de “indios pampas”, dado que se trata de
poblaciones indígenas supervivientes o, al menos, muy próximas a nosotros en
sus dataciones e historia. Jocoso sería
hablar de “indígenas charrúas”, o de “indígenas
tobas…”. O de “aborígenes mapuches”… Y absurdo sería el circunloquio:
“los pueblos originarios ranqueles”… o “los pueblos originarios pampas”,
etc. La de-signación de “indio
mapuche” ya ha sido acreditada en el habla por el paso del tiempo y de la
historiografía; y más debe ser motivo de orgullo que de denuesto. La voz “indio” es connotativa: dice mucho más
de lo que expresaría la conceptualización meramente etimológica.- Sin embargo, no es aplicable el término
“indio” a los indígenas de épocas antiguas, ni a los estudios arqueológicos. Nadie podría decir, por ejemplo, “los indios
de Aguada…”; sino “los indígenas de Aguada
habitaron tal zona…” El reciente
uso de la palabra “amerindio” demuestra que inconscientemente (como siempre operan los mecanismos
naturales y no forzados del habla) se
procura la vigencia y continuidad del
fonema “indio”, y que no es fácil desterrarlo
ya que no existen alternativas superadoras. A “amerindio” se le opuso la perífrasis
denominativa “primitivos americanos”, o
“paleoamericanos”, como diferenciación entre quienes llegaron primero a
nuestra América (los “más primitivos”) y los “amerindios”, quienes ya se
hallaban asentados y habían conformado pautas culturales nativas y oriundas en
nuestro Continente. La voz
“indoamericano”, por su parte, expresa la misma intencionalidad semántica,
mantenedora del tema “indo”, aunque su empleo más bien se limitó a los ámbitos
políticos, jurídicos e históricos.
Tampoco cabría para ellos la
voz “aborigen”, que más bien se aplica
a las poblaciones etnográficas actuales. De hecho, el vocablo “aborigen” es
predilecto de las iglesias evangélicas, quienes lo traducen tal cual de sus
“papers” en inglés. “Aboriginal
peoples” surgio de los antropólogos
que viajaron al África, como denominación de las poblaciones oriundas o
nativas, con identidad racial africana, aculturadas y deculturadas por sus
dominadores de habla inglesa (con la complicidad de religiosos evangelistas y
de toda Europa). A decir verdad, tan
solo los africanos son “originarios” de su Continente: todos los otros pueblos
proceden de antepasados migrantes desde otros Continentes, y en mayor medida
los primitivos de América, donde en realidad no hubo poblaciones
“originarias” sino tan sólo “nativas” o “primitivas” procedentes del
Asia, Polinesia y Austronesia.
Pueblos originarios
(¿?)
“Pueblos originarios” es la más reciente y
peligrosa denominación con la que se pretende de-signar y
de-nominar a nuestros indígenas, globalmente considerados, sin
diferenciación de ningún tipo: ni
cronológica, ni geográfica, ni conceptual, ni cultural. Diacrónica y sincrónicamente, en forma
misteriosa y verticalista, se nos impuso dicha perífrasis indisimuladamente
traducida del inglés (de EEUU): “original peoples”, o bien “aboriginal peoples”. Hemos rastreado hasta 1927 para hallar el
título de un libro de K. Crowe: “A History of the Original Peoples of
Canadá”, el que parece ser el más antiguo antecedente de esta dupla, que
tan rápido ha cuajado durante la última década en mentes precarias y en
círculos desprevenidos e incautos (que adoptan todo lo nuevo sin reparar en qué
enorme anzuelo ideológico se tragan…).
Diversas
organizaciones indigenistas abrazaron sospechosamente e irreflexivamente esta reciente
denominación, de manera precipitada, para referirse a las poblaciones indígenas
americanas previas a la invasión europea.
Dichas organizaciones, muchas de ellas subvencionadas por supuestas
ONGs “benefactoras” y multinacionales
del saqueo, también adoptaron simultáneamente el jocoso y peregrino nombre de
Abya Yala para nuestra América preeuropea, pero ello ocurrió más en Bolivia y
Perú, o en Sudamérica, que en Panamá y Colombia donde surgió Abya Yala. La New Age pseudoindigenista
actual, que hizo furor en Argentina,
Bolivia, Cuzco, etc., usa una Wiphala multicolor inventada en los cafés de
Cochabamba o del Cuzco, y habla de “pueblos originarios” por TV, en los medios
periodísticos (tan “permeables” a veces) y en ámbitos
pseudouniversitarios, y es quien se ha
encargado de difundir dicha designación por doquier. Y lo extraño es que se la
haya aceptado tan rápida y fácilmente en todos los medios masivos, diarios y
revistas, TV, y ámbitos paraculturales,
sociales y políticos... (Hemos notado que, cuanto más inerme
culturalmente es una persona o grupo social, tanto más fácilmente adopta
novedosas denominaciones si es que ellas obedecen a códigos simples, sin
requerir elaboración ideativa). No
ha faltado algún alumnito descabellado que se acercó a decirnos en
clase, como grandiosa novedad: “Profesor… ya no se dice más “indígena”:
ahora se dice “pueblos originarios…” Inteligencia equivale a autocrítica: decimos
siempre.- “La ignorancia es atrevida”: es nuestro lema.
Al parecer, esta perífrasis designativa ha sido “diseñada” en EEUU por expertos en semiología
mediática, con la finalidad aviesa de restarle a la palabra “indígena” toda su carga contestataria y reivindicativa, que fue recibiendo a lo largo de
siglos de discriminación, segregación,
latigazos, explotación y esclavitud del
indio. El desviacionismo conceptual que
expresa el acople de dos palabras vacías ambas de sentido y carga secular es evidente, y se trata de otra manipulación
más de los expertos en “guerra mediática”
o comunicacional al servicio de la
Cía. Muchos supuestos “amautas”, y
algunos reputados “shamanes” viajeros (que cuando ven un dólar o un euro se
repliegan con Whiphala y todo), han sido los primeros en ponerse al servicio de
esta manipulación, al igual que nuestros deslucidos ámbitos universitarios,
siempre tan poco lúcidos y esclarecidos.- Trataremos de “hacer visible lo
invisible”, y de dar a entender que la “mano recóndita” de la semiología made
in USA (así como fue capaz de derribar
con recursos mediáticos y semióticos al bloque socialista y al llamado
“comunismo real”), también puede ser capaz de neutralizar la capacidad de
resistencia de la ideología indigenista
sudamericana, trabajando sobre el significado y no sobre el
significante, esto es, anulando la tan temida semiosis que las voces “indigenismo” e “indigenista” han instaurado a través de siglos, por
procesos naturales y normales del habla.
Se habla de documentos de la Cía y de los servicios de inteligencia de
ciertos países sudamericanos en los cuales se presenta al indigenismo,
precisamente, como la nueva “hipótesis de
conflicto” en Sudamérica, una vez
caída (según ellos) la amenaza ideológica y militar del comunismo. A fin de ser breves, daremos tan solo algunos
ejemplos o casos esclarecedores.
1) Es sabido que los Vikingos (“Hombres del Norte”, en su lengua) llegaron
y se asentaron primero en Groenlandia,
y después América del Norte, en la Isla
de Terranova (actual territorio de Canadá),
hacia el año 982 de nuestra Era. Existen pruebas arqueológicas y restos de
asentamientos que hacen bastante indubitable e indiscutible este hecho
histórico. Los Vikingos, pues,
habrían llegado a América y se habrían asentado en ella al menos cinco siglos antes que Colón.-
Según varios estudiosos, existen claras huellas de arte Vikingo, e iconografía
del mismo origen hasta en Sudamérica, en la cultura Tiahuanaco, y hasta en la
cultura Tafí (“wankas” de El Mollar),
actual Tucumán (Argentina), y en los Comechingones (por aquello de que “eran barbados…”). Quien esto escribe no cree en la
probabilidad de lo segundo
(asentamientos Vikingos en Sudamérica), pero es indudable que
ciertamente los hubo en América del Norte.
Lógica y apodíctica conclusión: los Vikingos serían pueblos originarios de América, junto con los
otros indígenas existentes, quienes no
serían los únicos y exclusivos originarios… Esto ya tiende a menoscabar la categoría de
predominancia racial y cultural indígena en la historia americana, y su
capacidad ideológicamente contestataria, puesto que así quedaría claro que
nuestros indios no fueron los únicos habitantes de América antes de Colón. Como lógico efecto de esta
“resignificación”, los rubicundos y
európidos Vikingos también fueron pueblos americanos originarios… Por tanto, no sólo los indígenas fueron
legítimos habitantes y dueños de América.
También hubo “otros”.
2) El celebérrimo tema de las “Tribus perdidas
de Israel”… es milenario. Ya el historiador Flavio Josefo (judío al servicio de Roma, amigo del
emperador Tito, quien lo nombró “cuidadano romano” y le entregó vastas posesiones
en Galilea), hacia el año 79 d.C., al
escribir la historia de los judíos, refiere que hacia el año 700 a.C. diez
tribus perdidas de Israel fueron trasladadas hacia el este del río Éufrates. Gran cantidad de referencias pretenden que
dichas “tribus perdidas” también poblaron parte de la India, y que los gitanos
serían una de ellas. En Etiopía (África)
se habrían asentado varias de dichas tribus.
Otras se habrían afincado en
diferentes regiones de Asia, Irán, Irak, Paquistán, Afganistán, Arabia, Yemen,
Egipto, Rusia… Y no falta quien afirmara que la tribu perdida de Zabulón se
asentó en Japón…, cuya familia imperial sería de origen judío… El rabinato tomó diferentes posiciones al
respecto a través de los siglos. Antiguamente no reconocían como judíos a los
descendientes de dichas “tribus perdidas”.
Pero en la actualidad, el fundamentalismo hebreo a ultranza que vemos
hoy hasta ha creado una organización (“Mi pueblo retorna”) consagrada a identificar a las poblaciones
supuestamente de origen judío
(diseminadas, según ellos, casi por todo el mundo). Intenciones de tipo
geopolítico, sin duda alguna, se ocultan detrás de este supuesto “interés histórico”, que no es desinteresado ni
meramente cientificista ni
demográfico… “La arqueología es una de nuestras
principales armas para apuntalar nuestra identidad nacional”:
ha confesado un profesor de la Universidad de Tel Aviv
en “History Channel” (y eso no es antisemitismo sino verdad escueta, honesta y sana).
El mal llamado
“descubrimiento” de América (sospechoso
calificativo, jamás aplicado al África, ni a Oceanía, ni al Asia) desde sus precisos orígenes se ha implicado
con el tema de las “tribus perdidas”… (el mismo término “descubrimiento”
parecería dar a entender que fue procurado y buscado ex profeso…). Al parecer Colón fue judío sefardita, y gran
parte de sus capitanes lo fueron
(celebraban el Pesaj durante el primer viaje con cánticos en hebreo, los
hermanos Pinzón y otros marinos). “Ginovés”, en sefaradí medieval, quería
decir “judío…”; no genovés... como el clero tradujo interesadamente después
para disimular lo indisimulable. Muchos
cronistas fueron judíos conversos y otros marranos. Infinidad de indicios indicarían que se
buscó en América la “tierra prometida”, el “Paraíso perdido” pleno de oro y
riquezas (con gentes sumisas y mansas que intercambiaban “espejitos por oro
puro…”).- Los banqueros judíos de Toledo
financiaron el primer viaje de Colón (no la reina Isabel). Desde 1492
muchos intentaron identificar a descendientes de dichas tribus en
nuestro Continente: la tribu de Rubén habría poblado América… El primer obispo español designado en
México, Juan de Zumárraga, y el de Yucatán, Diego de Landa, quemaron miles de
manuscritos mexicas y mayas donde relataban su historia… (¿Por qué? ¿ Para borrar de cuajo toda la memoria indígena?). Esos clérigos aseguraban que los indios
americanos eran los verdaderos descendientes de dichas tribus de Israel. Lo mismo declara Antonio de Montesinos,
también de origen judío, hacia 1511. El
bíblico “país de Ofir”, pleno de oro, de donde (según la tradición hebrea)
provino ese metal para el tempo de Salomón, según algunos sería Perú (con
arreglo a cierto manejo del alefato hebreo…).
Se ha afirmado que el quichua tiene su origen en el hebreo arcaico, al
igual que el tupí. Ello fue sostenido
por lingüistas franceses y alemanes; mientras que los mormones consideran a los indios norteamericanos como
descendientes de hebreos. Lo mismo se ha dicho de los Toltecas de México y
hasta de los Pieles Rojas de Norteamérica.
Bernardo Graiver, en la
década de 1970, realizando estudios en el museo de Santiago del Estero (Argentina), creyó hallar piezas de cerámica
con inscripciones en arameo o hebreo antiguo y hasta publicó un libro sobre el
tema. Antes que él, un investigador
italiano (Miguel Ángel Mossi), estudioso del quichua y otros idiomas
locales, afirmó que en Atamishqui (Santiago del Estero actual) se hablaba un
dialecto del arameo antiguo. La
misteriosa lengua, ininteligible para el pueblo, que hablaba la nobleza
incaica, según algunos sería de origen hebreo arcaico (a diferencia del runa simi, que hablaban los indios
genuinos). Más que ponernos a investigar
la seriedad y las pruebas de semejantes afirmaciones, en realidad deberíamos reflexionar
en torno a la verdadera causa de ellas… y a qué tipo de intenciones
geopolíticas obedecerían… Es evidente
que las pruebas en que se asientan son “de artificio”, conjeturales y
fantasiosas, pero ello no puede ser casual: evidentemente obedecen a una
intención con miras a justificar una ocupación futura (ya incoada…). Lo importante en este punto no es la
veracidad de lo afirmado por ellos… sino
que la gente se lo crea. Para ello cuentan con su arma más poderosa: la TV
y los medios.
Referencias y estudios de
investigadores chilenos afirman, sin más, que el pueblo Mapuche es de origen
judío, descendiente directo de algunas
“tribus perdidas” de Israel…
Coincidencias entre la cosmogonía mapuche y bíblica (como el tema del
Diluvio universal, y la subida a los cerros; la referencia continua al Este:
Puel, en mapuche, donde se hallaría el Paraíso y la salvación, origen también
de ese pueblo: la Patagonia argentina…)
nos hacen pensar en mixturas de tradiciones bíblicas traídas por los
frailes durante la invasión hispana, en simbiosis con auténticos mitos mapuches
de tradición oral (difícilmente
comprobables). Pero también en peligrosas posturas manipuladas por dirigentes
sionistas, hábiles para hacer creer al
estudiantado, a los docentes y al pueblo ingenuo en fantasiosas versiones cuya
peligrosidad y recónditas intenciones no podemos sospechar siquiera… Algunos de
ellos hablan de basarse en el genoma humano, en el ADN y en descubrir
cromosomas de las “tribus perdidas” del Israel arcaico, para demostrar ante el
mundo que “ellos” estuvieron por aquí muchos siglos antes… suficientes como
para apuntalar pretensiones hegemónicas fundamentalistas y para reclamar su
derecho al territorio… ajeno… La
manipulación genética sin duda la harán ellos mismos, y dará seguramente
resultado positivo, ya que en el próximo Oriente se han entremezclado
prácticamente todas las razas, desde hace milenios, incluyendo las africanas
que son las únicas realmente originarias.
Alguien ha afirmado que los primerizos judíos eran negros (para reclamar
territorios en Etiopía, sin duda…). (“Cuanto más grande es la mentira, más gente
se la cree”): dijo alguien que entendía de comunicación estratégica humana.
Pensemos que ya se
habla de “la Gran Nación Mapuche”, que abarcaría
la Patagonia chilena y argentina… muy
poco poblada, con enormes riquezas minerales, oro, petróleo, gas, montañas,
agua, grandes ríos, tierras cultivables…
bocado apetecido por hábiles manipuladores internacionales que ya se han
comprado grandes extensiones de tierras en toda la Patagonia argentino-chilena,
mientras nuestros políticos (sopechosamente) miran hacia otro lado (un día llegarán en paracaídas los fundamentalistas sedicentes “verdaderos
propietarios” de nuestra Patagonia, y se declararán a sí mismos “pueblos originarios” como lo han hecho en Palestina, expulsando a
sus pobladores milenarios… y encerrando como rehenes a sus
habitantes nativos en Gaza, Líbano, Jerusalén…, a quienes, cada tanto, por no
someterse ni renunciar a su identidad, bombardean con bombas de racimo en forma
impune y con la complicidad de toda Europa, el
Vaticano y EEUU: lo mismo que se hizo contra nuestros indios bajo la mal
llamada “conquista”…). “Nosotros somos los verdaderos palestinos”: dijo Golda Meir cuando se le preguntó por
el destino de los habitantes de Palestina hacia 1960. Ya operó aquí el mecanismo perverso de la
“resignificación”, no espontánea sino calculada y manipulada. “Nosotros
somos los verdaderos patagónicos; los pueblos
originarios…”: afirmarán después.-
Totalitarismo de derecha (nazifascismo) es el desconocimiento del “Otro”
en cuanto tal. El negarle su identidad y
autodeterminación. El arrebatarle su territorio y riquezas; su lengua,
religión, cultura… sus recursos naturales. El imponerle medios de comunicación,
tecnología, modos de ser y pensar ajenos. El apoderamiento de todo un
territorio y su pueblo ya es peor: es la aniquilación y la supresión total de
la Otreidad. Esto ya se hizo en América
hace 500 años. Puede repetirse. Se
denomina: “Segunda Conquista”… del incauto
(agregamos nosotros).
Dicha neodominación y “reemplazo étnico” no serían nuevos en
América: es lo que ocurrió desde
Cristóbal y Diego Colón en adelante
(apoderarse de un vasto y riquísimo territorio, por la fuerza,
relegando, despojando y esclavizando a sus
indígenas… que fueron y son
los verdaderos propietarios). Los
despojaron de todo; aniquilaron al 90 por ciento de la población indígena en
apenas 150 años, pero fue para traerles “la verdad de la Fe…” (se la cobraron bien cara, por cierto, y más
si tenemos en cuenta que nadie se la había pedido): la Espiritualidad y la
ética indígenas eran mucho más elevadas y puras, más desprendidas de todo lo
material que la europea… Ni siquiera el indígena podía ni sabía mentir…, según
Bartolomé de las Casas, Montesinos y otros.
Lo aprendieron de los ocupantes hispanos, hábiles en tretas y
confabulaciones, pactos falsarios, palabra empeñada que los europeos
traicionaban como si nada. Ello sería el
mayor sacrilegio según la ideología indígena, que no concebía la mentira ni el
doblez (“SIMI”: “palabra” en
quichua, era algo sagrado, Entidad que, una vez proferida, se unificaba con
Pacha, el Gran Todo cósmico).
Conclusiones
Como corolario de
lo dicho anteriormente, los hebreos,
además de los Vikingos, serían también
ellos “pueblos originarios” de
América, especialmente sus descendientes peruanos, andinos de Ecuador y
Colombia, y, muy señaladamente, los mapuches.
Pensemos en la etimología de la voz “mapuche”: deriva
precisamente de “mapu”: tierra, y “che”: hombre… Equivaldría
a “hombre de la tierra”, o a
“autóctono”, “nativo…” El sentido de esta perífrasis denominativa
“mapuche” es innegablemente y
claramente exclusiva y excluyente: alude al “hombre de nuestra tierra”, o “nativo
de esta tierra”. Deja de lado, pues, a todos los advenidizos,
depredadores, invasores disfrazados de
predicantes o de “iluminados”. Los
shamanes indios ya preveían, pareciera, que extraños disfrazados de ovejas se
acercarían para esclavizarnos y llevarse nuestras riquezas. Lamentablemente, lo
hicieron impunemente a lo largo de 500 años; y continúan con la misma práctica,
sólo que ahora en forma más disimulada
y eficiente: nuestros indígenas antes extraían oro
buscando y prospectando a mano pepitas o vetas del áureo metal…lo que no contaminaba. Los depredadores foráneos lo hacen hoy por el
método genocida del cianuro, veneno espantoso, para lo cual no vacilarán en
demoler toda la Cordillera si es preciso… ni en cancerificar a millones de nuestros habitantes de hoy (indios
o no).
La palabra
“autóctono” es parecida a “mapuche” (por
ello no es utilizada ya con alusión a los indígenas). Proviene del griego “autós”:
“mismo, allí mismo”; y de “jthón”: “tierra, mundo de abajo”. El hombre “autóctono” es el oriundo de la
tierra; el relacionado con “su” Mundo subterráneo, no el advenidizo ni el ocupante. La palabra “nativo” también ha sido
defenestrada de la antropología actual. Posee rancia prosapia latina: “Nativi Dei”, dice Cicerón: “dioses nativos, oriundos o
propios del lugar”. Como se ve, toda
voz que excluye al extranjero, al invasor, al genocida, también ha sido
excluida del lenguaje usual tanto en sociología, como en antropología y en
política, y muy especialmente en los medios.
Creemos haber
demostrado que la perífrasis “pueblos originarios” es peligrosa para nuestra
identidad, independencia y autodeterminación. Ambos términos, en conjunción
semiótica, apenas son “de-notativos”, no
“connotativos” (que es la compleción del significar humano). Son palabras que, aisladas,
no significan casi nada…(y juntas tampoco). Apenas “denotan”; no
“connotan”. En realidad, son
portadoras de intereses, ocultas
intencionalidades, arteros propósitos de
dominación que “ellos” procuran ocultar dada su negatividad para los pueblos
fagocitables.- Por otra parte, apenas
abarca dicha perífrasis un sector ínfimo de la comunicabilidad: tan sólo
funciona adjetivando de manera muy genérica, lo cual atenta contra el verdadero proceso semiológico. Tampoco dicha de-nominación genérica permite
ser personalizada: a un amigo de confianza (por ejemplo) podemos decirle
“che, indio…”; pero ridículo sería
decirle “che: pueblo originario…”. Se trata,
técnicamente, de una “frase”, que no es personalizable ni
singularizable. Este tipo de
aberraciones suceden cuando se trasladan elementos lingüísticos de un idioma a
otro, en forma mecánica y sin el debido proceso de elaboración semántica que
exige la prueba del tiempo para ser
expresión natural y propia de un pueblo.
(Nuestros antropólogos hacen
genuflexión ante toda novedad escrita en inglés… si es made in USA mejor). Traen y pagan a charlatanes de EEUU o Francia
para hablarnos a nosotros de la simbología indígena… Varios de ellos sólo habían visto en libros
algunas piezas de nuestra cerámica indígena…
Otros, apenas llegados, han pasado primero por nuestro museo para
interiorizarse un poco…
Hemos escuchado disparates increíbles al
pretender utilizar dicha denominación binaria en el habla. Otro ejemplo
absurdo: alguien nos ha dicho en Jujuy:
“Hablé con un originario y me dijo….” Otra frase de una estudiante de
antropología mal formada: “Los pueblos originarios tobas tenían cerámica..?” “¿Y los pueblos originarios Quilmes..?” En Santiago del Estero alguien ha dicho: “Allá,
por aquel monte, viven originarios…” (a la Cía no le importa
cuáles). Dislate tras dislate.
Aberración más aberración. Confusión más confusión. El habla debe surgir, tras un proceso
espontáneo y natural, del inconsciente colectivo propio de una formación
cultural e histórica dada, de “abajo hacia arriba”. Cuando un término o un
“ciclo verbal” resulta impuesto a empellones vía mediática y verticalmente…
siempre será desestructurante
(desconfiemos). “Nada es casual, ni gratuito, ni estéril, ni
inocuo, ni impensado, ni inocente en los medios. Por el contrario: todo se
halla planificado, enderezado a un fin de neodominación, a condicionar nuestro
cerebro, a imponernos pautas verticalistas férreamente martilladas”
(esta es la “Ley semiológica Condorhuasi”, de enorme utilidad pragmática
para poder entender al mundo de hoy y sus amenazas disimuladas).
Por el momento, al parecer
no existe vocablo que pueda reemplazar a las voces “indígena” (cultismo); o
bien a “indio” (habla
popular). En parte la voz “aborigen”
podría hacerlo, pese a su carga evangelizadora adherida. Estas tres voces, al menos poseen una clara fuerza “connotativa”,
acreditada por el uso secular, que las ha significado y re-significado
indubitablemente. Y pueden singularizarse y personalizarse (aplicarse a un
individuo concreto y en singular o plural).
Un Vikingo, o un Hebreo, jamás podrían ser designados razonablemente
como “indígenas”, y menos aún como “indios”. No habría lugar para confusiones
al respecto porque ambas palabras pertenecen a nuestra habla secular y son
emanación de nuestra identidad cultural.
Pero sí se les podría considerar como “pueblos originarios”, a los
Vikingos y Hebreos, al menos desde el punto de vista superficial (o fantasioso
en el caso de los Hebreos) que da por segura su presencia en América desde hace
más de mil años.
Según nuestra opinión, la
más peligrosa y letal arma actual para
la neodominación es la “resignificación mediática”,
esto es, el uso político y
perverso de la semiótica, que tanto provecho les ha dado durante la “guerra
fría” a “ellos”, los rubios o blancos dominadores del planeta, que nada tienen de
democráticos ni de respetuosos de la libertad
“del otro”. Para este propósito siniestro la Cía se llevó a los EEUU a
los más importantes y reconocidos semiólogos europeos, y se les pagó muy bien…
por el servicio prostibulario de supeditar y vender el Saber a intereses
geopolíticos espurios.- Manipular las
palabras es contra natura. Además es engañoso y trapacero. La gente poco ilustrada es la que más
fácilmente cae en esa red falaz de resignificados perversos, planificados en un nivel tal de
elaboración de modelos y códigos a los cuales no es posible sustraerse. Por ello pensamos que la guerra actual y del
futuro será la “guerra semiológica”; el trabajo de los servicios de
inteligencia sobre la mente humana y su expresión conceptual: el habla, coformadora
de ideas y de actitudes políticamente manipulables. El “totalitarismo
mediático global” que intenta
instalarse en nuestra América, es un dispositivo perverso de poder, para la
neodominación y la explotación de los recursos del mundo del Sur, cuyos
habitantes seremos “resignificados” para ser explotados y genocidados. No lo hagamos posible continuando en la
ignorancia y desprevenidos.
Nuestros indios
fueron y son “indígenas”, o “aborígenes”. Es una estrategia desacertada caer en
el juego de “ellos” si los denominamos “pueblos originarios”, conceptualización
chabacana e intelectualmente hueca, y políticamente mortífera para nuestros
intereses geopolíticos latinoamericanos, que son mantener nuestra identidad y
territorios.- Sólo el saber nos hará
libres.-
Jorge Fernández Chiti Agosto del
2010.-
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